¿Cuándo se jodió el Perú? La célebre pregunta de Conversación en la catedral, de Mario Vargas Llosa, con los últimos acontecimientos en su país parece tornarse abstracta. La caída periódica de sus presidentes sugiere que, en lugar de un punto de inflexión dentro de un proceso histórico lineal, hay una suerte repetición cíclica de un drama institucional.

Hubo, no hace mucho, espejismos de estabilidad política. Fui testigo, en Lima, en 2011, de la convivencia en un mismo foro del presidente Ollanta Humala -en ese entonces ya distante de Hugo Chávez y con gestos y actos administrativos moderados- junto con sus antecesores Alejandro Toledo y Alan García. Una postal uruguaya, pero una postal fugaz.

Seis años más tarde escuché a Pedro Pablo Kuczynski, en una reunión del Foro Iberoamérica en Buenos Aires, decir, risueñamente, micrófono en mano: “Parece que mi oficio es uno de los más peligrosos del mundo. Mis antecesores están presos o procesados”. La broma, pocos meses después, se convertía en tragedia. Kuczynski presentaba su renuncia y se iniciaba un camino que lo llevaría en la cárcel. 2022 termina con la caída de Pedro Castillo, después de su intento fallido de disolver el Congreso, y la asunción de Dina Boluarte, inaugurando un sexto mandato presidencial en cuatro años. El momento más dramático se registró con el suicidio del ex presidente García, en 2019, para evitar su arresto.

La actual crisis peruana abrió, además, una disputa regional sobre las reglas del juego democrático. Andrés Manuel López Obrador, el presidente de México, sostiene que el presidente del Perú sigue siendo Castillo y lidera una denuncia de hostigamiento en su contra respaldada por los gobiernos de Argentina, Colombia y Bolivia.

El caos político del Perú convive con una asombrosa –y envidiable- desconexión de su economía. Su Banco Central tiene un mismo presidente hace 16 años, reservas récord a nivel sudamericano en relación con el producto y una política monetaria que genera una tasa inflacionaria anual de un dígito.

Pero regresemos en el análisis a la política y a lo que ocurre en este terreno en la región. Fernando Morais, en la entrevista publicada en esta edición, anticipa el regreso de un “mejor Lula”. Pero vuelve a un “peor Brasil”. A un país partido, con millones de seguidores de Jair Bolsonaro que no aceptan la derrota electoral. Las múltiples manifestaciones frente a cuarteles militares reinstalan el fantasma de los golpes. “La inestabilidad de Brasil afecta la estabilidad del mundo”, dijo recientemente el rey de España.

El mapa regional está teñido de autoritarismo, incertidumbre y extravío. Cuba, perdida en el tiempo. Venezuela y Nicaragua convertidas en grandes maquinarias de opresión y de generación de exiliados. Colombia y Chile ensayan experimentos políticos que presentan una fragilidad alarmante en sus inicios. Y la lista, con sus matices, sigue.

Soplan fuerte los vientos de la antipolítica en América latina. El centro se encoge y se fragmenta, los partidos políticos son débiles o caducos y la polarización crece. Los proyectos de largo plazo están ausentes en el debate público. Y las planicies necesarias para ese debate se han convertido en abismos.

Fernando López-Alves, profesor de Política Comparada de la Universidad de California, planteaba en su libro Sociedades sin destino, que la falta de visión de buena parte de los países latinoamericanos es, por sí misma, una manera de hacer el futuro. Un futuro sin futuro.

Por Daniel Dessein

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